Simón Bolívar lideró las campañas militares que dieron la independencia a Venezuela, Colombia y Ecuador. Y al igual que otro insigne caudillo de la independencia, José de San Martín, Bolívar comprendió la ineludible necesidad estratégica de ocupar el Perú, verdadero centro neurálgico del Imperio español
El magno acontecimiento tuvo lugar el 24 de julio de 1783 entre las esquinas de Traposos y San Jacinto de Caracas, en un caserón que por entonces era la residencia de la familia Bolívar-Palacios. Fue allí donde vino al mundo Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Ponte y Palacios Blanco, hijo de hijo del Coronel Juan Vicente Bolívar y Ponte (La Victoria, Aragua, 1726) y de Doña María de la Concepción Palacios y Blanco (Caracas, 1759). El que con el tiempo se habría de convertir el uno de los más ilustres personajes de América Latina y el mundo, fue bautizado el 30 de julio en la Catedral, por su pariente el presbítero Juan Félix Jerez y Aristeigueta.
Venezuela era para entonces una Capitanía General del Reino de España entre cuya población se respiraba el descontento por las diferencias de derechos existentes entre la oligarquía española dueña del poder, la clase mantuana o criolla, terratenientes en su mayoría, y los estratos bajos de mulatos y esclavos.
Los criollos, a pesar de los privilegios que tenían, habían desarrollado un sentimiento particular del «ser americano» que los invitaba a la rebeldía: “Estábamos (explicaría Bolívar más tarde) abstraídos y, digámoslo así, ausentes del universo en cuanto es relativo a la ciencia del gobierno y administración del Estado. Jamás éramos virreyes ni gobernadores sino por causas muy extraordinarias; arzobispos y obispos pocas veces; diplomáticos nunca; militares sólo en calidad de subalternos; nobles, sin privilegios reales; no éramos, en fin, ni magistrados ni financistas, y casi ni aun comerciantes; todo en contravención directa de nuestras instituciones”
Si se forzase a los historiadores a designar el más decisivo protagonista de los convulsos procesos que, en las primeras décadas del siglo XIX, condujeron a la emancipación de la América Latina, no hay duda de que resultaría elegido el militar y estadista venezolano Simón Bolívar (1783-1830), justamente honrado con el título de «Libertador de América».
Tras no pocos reveses, Simón Bolívar lideró las campañas militares que dieron la independencia a Venezuela, Colombia y Ecuador. Y al igual que otro insigne caudillo de la independencia, José de San Martín, Bolívar comprendió la ineludible necesidad estratégica de ocupar el Perú, verdadero centro neurálgico del Imperio español. Las victorias de Bolívar en la batallas de Junín y de Ayacucho (1824) significaron la caída del antiguo Virreinato, la independencia de Perú y de Bolivia y el punto final a tres siglos de dominación española en Sudamérica..
Aquella existencia, la del gran Bolívar, que copó el cielo de América con sus hechos de armas e independencia inspiró en José Martí la metáfora más emocionante que sobre héroe alguno se ha escrito “En calma no se puede hablar de aquel que no vivió jamás en ella ¡de Bolívar se puede hablar con una montaña por tribuna o entre relámpagos y rayos, o con un manojo de pueblos libres en el puño, y la tiranía descabezada a los pies”.
CHAVÉZ RECUPERÓ A BOLÍVAR PARA EL PUEBLO
A 233 años del natalicio de Simón Bolívar, historiadores y académicos coinciden en aseverar que fue el comandante Hugo Chávez quien rescató el pensamiento bolivariano al estudiarlo profundamente, explicarlo e integrarlo al discurso de masas y a la construcción de un proyecto histórico socialista.
Hugo Chávez nos hizo conocer a ese Bolívar de carne y hueso, deconstruyendo la imagen mítica que la historiografía burguesa creó en torno a la figura de El Libertador, para ocultar su carácter revolucionario y de justicia social.
Bolívar, quien creció en el seno una de las familias más ricas de la oligarquía caraqueña, era poseedor de una ideología primigenia que se correspondía con su origen mantuano. Pero fue la de nuestro Libertador una vida dolorosa y llena de dificultades. Fue un niño huérfano, joven esposo y viudo prematuro. Aprendió a compartir y a recibir afecto de personas que provenían de distintos estratos sociales. Eso templó su carácter y lo convirtió en un gran humanista.
También influyó en él, en la consolidación de su conciencia política, su amistad y las enseñanzas recibidas de parte de su maestro y mentor, Simón Rodríguez, quien logró calmar por instantes el ímpetu nervioso y rebelde del niño, alojándolo como interno en su casa por orden de la Real Audiencia, lo cual sería la génesis de una gran amistad. Pero ni el apego al mentor ni el ingreso en la milicia fueron suficientes para aquietar al muchacho, y sus tíos decidieron enviarlo a España a continuar su formación.
En tierras lejanas, Bolívar se reencuentra con Rodríguez, quien para entonces se hallaba en Viena; Bolívar, al enterarse, corrió en su búsqueda. Posteriormente el maestro se trasladó a París, y en compañía de Fernando Toro emprendieron un viaje cuyo destino final era Roma. Cruzaron los Alpes caminando hasta Milán, donde se detuvieron el 26 de mayo de 1805 para presenciar la coronación como rey de Italia de Napoleón, a quien Bolívar admiraría siempre. Después visitaron Venecia, Ferrara, Bolonia, Florencia, Perusa y Roma. En esta última ciudad tuvo lugar el llamado Juramento del Monte Sacro: en presencia de Simón Rodríguez y Fernando Toro, Simón Bolívar juró solemnemente dedicar su vida y todas sus energías a la liberación de las colonias americanas.
Ese fue el Bolívar que destacó el Comandante Hugo Chávez, el luchador, el humanista, el que juró rescatar a su país de las manos oprobiosas e imperialistas; liberar a Venezuela del yugo español. Fue tanta la pasión y el amor que Chávez profesó a Bolívar no tuvo límites, por lo que se esforzó en que pudiésemos ver a Bolívar tal y como era, no sólo en su gesta sino en su físico. Simón Bolívar y su verdadero rostro, que aunque no sea cien por ciento exacto, es lo mas aproximado que permite la ciencia. Ese rostro prueba que Bolívar no es un símbolo, o un simple cuadro pintado, una escultura, una imagen, sino un ser humano común y corriente, con algo de mestizo como todos los americanos, como bien señaló el historiador Pedro Rodríguez Rojas.
Fuente: www.correodelorinoco.gob.ve
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