La reciente
declaración conciliadora de la OEA en torno a la situación venezolana dejó en
entredicho la campaña de intriga elaborada con maestría por los medios
internacionales, la oposición venezolana, y protagonizada con exagerado
entusiasmo por el secretario general de ese mismo organismo: Luis Almagro. Esa
campaña prometía un retorno de las antiguas formas de la diplomacia
neocolonial, donde un sheriff regional -especie de guachimán con visa
norteamericana- restablecía el orden a favor de las fuerzas de aquello que J.F.
Kennedy tituló la Alianza para Las Américas.
Pero peor, este
documento diplomático, donde el resto de países del hemisferio se deslinda de
salidas violentas y atajos intervencionistas para dirimir la actual crisis
venezolana, dejó al descubierto las olas de pánico que corren en redes
sociales, llamadas telefónicas y en los pasillos de la Asamblea Nacional. Es
tal la exacerbación de emociones que esta nueva decepción deja a las filas de
la oposición venezolana, que un descuadernado Henry Ramos Allup no dilató en
adjetivar de hipócrita a quien hasta hace unas horas era posiblemente su
redentor: el presidente argentino Mauricio Macri.
El arranque de
Ramos Allup no es gratuito, sino que forma parte de un aparataje de falsas
creencias que ha llevado a la oposición por un millar de callejones sin salida
como este que ahora se cierra como ataúd sobre ellos. La dirigencia opositora,
y la masa crítica zombie que empuja a través de su interminable guerra
mediática, carece de un elemento crucial en la estabilidad de todo sistema
emocional y psíquico. La oposición carece de sentido del límite. Esa pérdida de
los referentes le hace creer -desde su inmadurez- que el mundo entero comparte
(o debe compartir con ellos) de forma automática sus valores, creencias y
aspiraciones. Un grupo de gestos que además quedaron muy mal parados con la
reciente decisión de sus amigos hemisféricos de dejarlos de lado. Al menos por
ahora la esencia de Chávez se impone, aún con su ¡Por Ahora y Para Siempre!
@lealeleneo
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