CARTA DE UN PERIODISTA
Hace 50 años este oficio se veía muy diferente a como se percibe hoy. Se trataba de una profesión de alto respeto y dignidad, que jugaba un papel intelectual y político. La ejercía un grupo reducido de personas que obtenían el reconocimiento de sus sociedades. Un periodista era una persona de importancia, admirada. Cuando andaba por la calle, todos lo saludaban.
Algunos de los mayores políticos del mundo contemporáneo empezaron su carrera como periodistas y siempre se sintieron orgullosos de ello. El británico Winston Churchill trabajó corno corresponsal en África antes de convertirse en uno de los grandes estadistas del siglo XX; lo mismo sucedió a algunos escritores como Ernest Hemingway, por ejemplo. Estos grandes hombres siempre reconocieron que sus carreras comenzaron en el periodismo, y nunca dejaron de sentirse periodistas. Pero eso cambió en los últimos 20 años, a partir de una tremenda transformación en las prácticas de este oficio.
El periodismo escrito contemporáneo representa apenas una reducida porción del gran mundo de los medios. En ese campo, que además se halla en perpetua expansión, nosotros, los periodistas gráficos, ocupamos escaso lugar. Cada día es mayor el número de quienes se emplean en la televisión, especialmente entre los medios audiovisuales. A ellos se les aplica la denominación de media worker, ya que eso son trabajadores de los medios masivos.
A diferencia de aquel periodista de hace 50 años, este trabajador de hoy es una persona anónima. Nadie lo conoce, nadie sabe quién es. Eso se debe al cambio más importante que sucedió en sus rutinas de trabajo: el producto final que crea un trabajador de los medios masivos no es de su autoría sino que constituye el resultado de una cadena de gente como él que participó en la construcción de una noticia. Cada noticia que se emite por con ha sido trabajada por 30 o 40 personas anónimas; tanta gente participó en el proceso de transformar el material que no se puede establecer un autor de aquello que finalmente se vio en la pantalla de televisión.
Como consecuencia, en esta profesión se perdió algo tan central como el orgullo de lo personal. Ese orgullo implicaba también la responsabilidad del periodista por su trabajo: el hombre que pone su nombre en un texto se siente responsable de lo que escribió. En cambio, en la televisión y en las grandes cadenas multimedia, de igual modo que en las fábricas, esta responsabilidad personal ya no existe.
La revolución de los medios ha planteado el problema fundamental de cómo entender el mundo. Convertida en una nueva fuente de la historia, la pequeña pantalla del televisor elabora y relata versiones incompetentes y erróneas, que se imponen sin ser contrastadas con fuentes auténticas o documentos originales. Los medios se multiplican a una velocidad mucho mayor que los libros con saberes concretos y sólidos.
Finalizó esta carta invitando a la revisión de la deontología profesional, evitando el PALANGRISMO como forma de vida, critica con autocrítica y visión objetiva de la noticia.
Gracias estimados amigos de lokuras del socialismo, son una parte de la verdad. ¡Venceremos!
@lealeleneo
@Formarnosv
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